jueves, 26 de marzo de 2009

La penúltima hora del comisario Juan Castro


Aquella mañana se había presentado con demasiado trabajo. Tres casos a investigar. El de una señora que había aparecido muerta en la bañera de su casa. El de la rana de un niño, que habían encontrado en el jardín de su casa diseccionada, y el de una mujer que había venido con la ropa desgarrada y había denunciado a su novio por violación.


Juan, le asignó el tercer caso, el de la violación, a Onali, la chica del departamento número 2, y de los otros, uno se lo entregó a Mark el chico del departamento número 1 y otro se lo quedó él.


Mark era un chico risueño, más bien delgado, sus facciones eran finas y tenía buen humor incluso desde que se despertaba.


Para más inri, le llamaron desde un teléfono desconocido cuando era la una y media, y le dijeron:


No le puedo revelar mi nombre, pero ya lo he observado en un par de ocasiones y pensaba que era necesario contárselo; sobre las dos de la tarde, unos seres extraños aterrizan en nuestro pueblo y no sé qué le inyectan a las palmeras. El otro día, camuflado, escuché algo. Estaban intentando que las plantas se humanizaran, oí, e inyectándole lo que le habían inyectado, estarían consiguiendo el primer paso, decían.


Entonces el comisario tuvo que partir cerca de las dos y dirigirse hacia uno de los lugares en los que había palmeras. Se sentó en un banco con una novela del oeste en las manos y comenzó a leer. Pasados cinco minutos, llegaron los seres de los que le había hablado el extraño.


Eran morados, con la cabeza como un perrito caliente pero más grande, cuerpo pequeño y delgado, ojos rojos y boca pequeña y verde.


Juan los miraba de reojo: estos sacaron un maletín con unas jeringuillas, y unos botes con un líquido azul, rellenaron las inyecciones hasta la mitad y pincharon las palmeras hasta no dejar gota alguna en las jeringas. Concluida su actuación comenzaron el despegue.


Juan, después de esta primera toma de contacto, pues no podía actuar de buenas a primeras, se acercó a una de las palmeras, para ver si descubría algo, cuando de pronto, debido a su alergia, estornudó, y al ir la cabeza hacia delante se dio con el tronco de la palmera en la frente, arañándose. La sangre que manó de su herida se puso morada mas él no lo sabía. Se fue a la comisaría extrañado. Tendría que pensar en lo sucedido. Cuando entraba por la puerta de la comisaría, se le escapó una sonrisa inesperada y a continuación le sobrevino un leve ataque de risa.


Él no sé si sería consciente, pero el caso es que esto le ocurría a intervalos de diez minutos. Lo que había inyectado los seres morados a las palmeras, era gas de la risa licuado y al haberse pinchado él, se había introducido también en su sangre.


Estuvo reflexionando un rato sobre lo que pasó y decidió ir al día siguiente a tomar unas muestras de las palmeras.


A las tres menos veinticinco se tuvo que ir, y menso mal que para las menos veinte estaba de vuelta, pues cuando llegó, Onali le dio un recado.


lunes, 23 de marzo de 2009

La última hora del comisario Juan Castro



Al departamento número 3 de la comisaría, llegó una notificación para el inspector. Juan que así se llamaba el encargado de este departamento, un hombre corpulento, serio, y de mirada agria, no se encontraba allí en ese momento. Había salido a resolver unos asuntos que tenía pendientes desde hacía días.


En cuanto llegó, la compañera del departamento número 2, le comunicó que le habían dejado algo en su despacho.


Muchas gracias Onali, voy a ver de qué se trata.


Leyó para sí mismo lo que estaba escrito en la notificación:


"En la parte delantera del puesto de churros, se ha provocado una disputa entre dos mujeres, vengan les ruego lo antes posible, una de ellas ha sacado una cuchilla de afeitar a su pareja"


Una vez leída Juan pensó:


"Menos mal que sólo he tardado dos minutos en venir, porque si no, con la fama que acarreamos"


Cuando llegó, la gente había ido formando un corro que tuvo que disolver para poder ver algo. Lo que vio, en un primer momento, le hizo sacar una risita de la boca:


Una mujer moñeaba a otra de la extensa mata de pelo que tenía, casi le retuerce el cuello como a una gallina. La otra, la que sacó la cuchilla, poseía una gran delantera y se dedicó a darle pechugazos mientras la primera la tenía bien agarrada.


De lo enfrascadas que estaban, cogieron tanta fuerza que Juan tardó cinco minutos en poder separarlas. Cuando lo consiguió, se las llevó directamente a la comisaría que era donde tendrían que aclarar la situación. No se podía estar montando ese escándalo en la vía pública.


A ver, contadme, qué pasó realmente:


¡Que qué pasó! ¡Que qué pasó! Que pillé a la z... esta en la cama con mi novio. Valiente guarra hay que ser, con amigas como esta para que quiero enemigos


¿Algo que alegar?


No, como no podemos hablar como personas civilizadas, cada vez que hablamos, terminamos como animales, embistiéndonos, no tengo más que alegar...


Bueno, ahora salgan de aquí, salgan de mi comisaría, y como yo las vea meterse en otro altercado, lo próximo será pasar la noche en la penitenciaría. Espero no volver a verlas por aquí.


Así terminó la mañana laboral del inspector Juan Castro. Con una leve sonrisa en la comisura de los labios, un gesto poco frecuente en una persona que sólo reía en contadas ocasiones.

El momento


Ya han pasado nueve meses;
te podremos abrazar,
ya veremos tu carita
¿A quién te parecerás?
Antes todo estaba oscuro,
nos escuchabas hablar,
hoy saldrás al exterior
y la luz te bañará.

Te recogerá tu padre
orgulloso de su hazaña.
Te pondrá sobre mamá
que está deseosa de amarte.

Estos días tú oirás
cuantos van a visitarte;
muchos brazos te tendrán
pero querrás a tu madre.

Eres pequeño y rosado
y también eres flaquito,
pero cuando ella te coge
reconoces sus latidos.

Y en sus brazos tan blanditos
te quedarás dormidito
mientras tus padres felices
disfrutan su primer hijo.

jueves, 12 de marzo de 2009

El corazón del poeta

http://xarleen.files.wordpress.com/2007/07/corazon_sangra.jpg
A veces,
cuando el poeta escribe,
libera sapos y culebras
sin querer.

A veces,
destila su sangre,
desprendiendo la esencia del mal
que habita en su interior.

A veces,
esparce su semilla
en hojas de papel,


y a veces,
las musas lo abandonan
y pierde la confianza en él.

jueves, 5 de marzo de 2009

La gota de la alegría



Ocurrió en Macedonia, una tarde soleada del mes de mayo. Maruja, conocida en el pueblo por ser más triste que la tristeza se encontraba paseando por los alrededores del parque Tropical, y haciendo honor a su nombre, marchaba caabizbaja y ajada. De repente una gota cayó del cielo; empapándola entera, y al mirar hacia arriba para descubrir de dónde había caido, comenzó a sonreir. Desde aquél día Maruja va por las calles ccon un paraguas transparente, no le vaya a caer otra lágrima de tristeza de algún ogro.

martes, 3 de marzo de 2009

Edelweiss



En las montañas nubladas,
del Pirineo español,
cuando se hiela la escarcha
crece una hermosa flor.

Edelweiss lleva por nombre.
Prepotente y sin olor,
sólo nace en primavera
cuando sale un poco el sol.

Es la reina de esas tierras.
Es difícil de encontrar.
Se esconde tras de los hielos
con un almendrado velo
de borlas coronado.
Dándole un aspecto
muy particular.

Edelweiss lleva por nombre.
Prepotente y sin olor,
sólo nace en primaver
cuando sale un poco el sol.

domingo, 1 de marzo de 2009

Doble moral


Rompimos las barreras
que gobiernan nuestra vida.
Si alguna vez lo hacía
no pensé que fuera contigo.


Terminamos asidos
piel con piel,
y al amanecer,
ninguna recompensa.


Dos cuerpos extraños
uno junto a otro,
abrigando la soledad
con un manto de ternura.


Terminamos asidos
piel con piel,
y al amanecer,
ninguna recompensa.


Salvo una noche mágica.
De ternura infinita,
en la que solo el contacto
nos satisfacía.


No hizo falta más
que la compañía,
aunque sólo eso
no se pretendía.


Pero esa ternura
fue muy especial.
La invadió el respeto,
el amor y la amistad.


La invadió el respeto
y nos hizo olvidar.

Desde tu isla

Publicada en el periodico local de motril "El Faro"

http://www.lacoctelera.com/myfiles/anttonella/ISLA.jpg


En una cálida playa
de fina arena volcánica,
Eva yace inerte.
Recostada bajo el último sol de la tarde,
adormece la soledad que la persigue.


Las olas del mar bravío
intentan reconfortar su espíritu,
pero sólo consiguen
aumentar sus ruidos internos.
Eso sí, es lo que evita la nostalgia
de esas tierras lejanas que dejó.


Sin el mar,
se hubiera sentido prisionera
en un lugar extraño.
Pero sentir su aroma,
el salitre en su piel,
le hacían creer estar en su tierra.


Cuántas tardes de paseos solitarios.
De miradas perdidas, al horizonte.
De mañanas confusas en la cama,
de no saber qué hacer,
de no querer hacer.


Cuántas tardes de paseos solitarios.
De miradas perdidas, al horizonte.
De mañanas confusas en la cama,
de no saber qué hacer,
de no querer hacer.