domingo, 22 de febrero de 2009

El reencuentro



Hace un par de semanas, de manera fortuita, me encontré con la Poetisa, a quien no veía desde hacía algún tiempo. Y como suele ocurrir con las personas que hace una temporada que no ves, el reencuentro fue maravilloso, estuvimos hablando como si nos hubiéramos visto ayer, y la tarde se deshizo entre risas, acompañadas de lagrimas de placer, y también por qué no de la melancolía de un tiempo que ya pasó. Estuvimos recordando acontecimientos, de cuando íbamos juntas al cine, o cuando de noche nos bañábamos en playas desiertas al abrigo de la luna.


Ella me contó lo que se encontraba haciendo en este momento. También me estuvo contando que en un viaje que realizó al desierto de Singing, se encontró con personas que le provocaron una gran tristeza interior. Dichas personas tenían podríamos llamarlo así, una enfermedad. Necesitaban irremediablemente cariño, afecto. Pero lo más grave de esta enfermedad, es que no servía cualquier tipo de cariño para curarla, no era el paterno, el materno, (en fin el familiar), ni el amistoso, ¡no!, el afecto necesario era el de la persona opuesta, en caso de heterosexuales, y del mismo sexo en caso de homosexuales.


Le provocaban gran afectación porque lo anteriormente comentado, no dejaba a estas personas llevar una vida plena, en ningún aspecto. El estado de suma dependencia de una pareja no les permitía ver la luz del día. Si estaban trabajando, apenas les iba un poco mal, la gran tristeza de que eran almas solitarias les sobrevenía. Si estaban de viaje, la misma pena de que eran animas solitarias, y así en cualquier actividad que emprendieran. Siempre volvía a resurgir ese mismo pensamiento.


Mencionó que aunque realmente no sea una enfermedad propiamente dicha, y que no sepamos a que se deben sus síntomas, le encantaría poder encontrar la medicina con la que eliminar las causas de esta “enfermedad”, pues el remedio para estas personas, no es encontrar una pareja, aunque para otras personas lo sea. Ella no sabe cuál es, pero ese sabe que no, ayudaría, pero no lo es. Y si lo encontrara, ayudando a los demás se ayudaría a sí misma.


Llegó el momento de la despedida; unas lágrimas afloraron de sus ojos, recorriendo suavemente sus mejillas rosadas. No sabía cuando nos volveríamos a ver, puede que esta fuera la última, quién sabe. Por si acaso, nos abrazamos fuertemente, y nos dimos un beso de esos que hacen historia. Y es que hay momentos, que por mucho tiempo que pase, no se pueden olvidar.


Nosotras esperábamos que se pudiera volver a repetir ese estupendo último beso. Sería que nuestras vidas permanecen y que han vuelto a encontrarse en el transcurso de los días venideros.


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